Sultán me despertó con un lengüetazo aquella mañana.
Era tarde. El sol entraba por la ventana y calentaba mi cama. Era reconfortante
saber que aquel, era el primer día de vacaciones. Mi mamá había dejado la
puerta de la entrada abierta mientras sacaba la basura. Fue así que mi can,
pudo subir a saludarme. Me levanté de la cama, lavé mis dientes y me cambié
.Sultán esperó pacientemente, echado junto a la ventana y, tan pronto estuve
lista, salimos a correr como siempre. Al regresar a casa, pude percibir el
delicioso aroma del desayuno, preparado por mi mamá. Estaba ansiosa por
sentarme a la mesa, pero antes, debía alimentar a mi hermoso gran danés. A
pesar de tener sólo siete meses, ya comía casi un kilo de croquetas a diario.
Era día de limpieza y había varias cosas por hacer. El
olor que despedía Sultán me recordó que debía darle un baño. Una vez terminado
el trabajo en casa, decidí tomar una relajante ducha. Cerré los ojos y comenzaron a llegar a mi mente
recuerdos de aquellos días de preparatoria, en los que, claro, se encontraba
Erick: aquella vez en que fui a su casa para asistir a mi primera clase de guitarra. Él era el maestro, y yo su
única alumna. Era muy paciente y dulce conmigo, aunque no podía evitar hacer
bromas con mi forma de rasgar las cuerdas: decía que parecía que fuese a dar un
concierto de rock. Lejos de
molestarme, eso me hacía reír. Era muy divertido y también apuesto: alto,
delgado, tez apiñonada, cabello obscuro y algo rizado, nariz respingada, ojos miel
y con una sonrisa encantadora. Me fascinaban sus manos, eran grandes, pero, al
mismo tiempo, delicadas. Tenía dedos largos y delgados. Tal vez por eso poseía
una increíble facilidad para tocar la guitarra. Para mí, por el contrario, era
una tarea que requería de mucha concentración y coordinación. Aquella ocasión, sentí
a Erick muy cercano a mí: jugábamos y reíamos todo el tiempo. Al existir tal
atracción entre nosotros, creí que le comenzaba a gustar. Poco después, me
enteré de que comenzó a salir con su entonces novia, quien, por cierto, no era
de mi agrado. Me sentí decepcionada, pero seguimos siendo amigos.
Mis recuerdos, comenzaban a ser no muy gratos, sin embargo, Alejandro llegó
súbitamente a mi mente, como rescatándome
del pequeño trago amargo. Sentía una gran admiración y respeto hacia él. No
obstante, y a pesar de mi constante negación, debo admitir que me inquietaba su
intrigante personalidad. Vino a mi mente el día en que me caí, al intentar el
parado de cabeza: Alejandro me había mirado tan dulcemente...
Cuando terminé de ducharme, escuché que Sultán ladraba
y luego sonó el timbre. Mi mamá, subió a mi recámara para avisarme que me
buscaba mi profesor de yoga. Su visita, me extrañó mucho. Me vestí rápidamente,
y me arreglé un poco. Bajé a la sala y por un momento, me quedé admirándolo
casi boquiabierta ya que por primera
vez, lo vi con ropa casual: Jeans, playera negra y una ligera chamarra de
algodón en el mismo color. Se veía muy bien. Esa noche, con la galanura que le
caracterizaba, Alejandro me invitó al
cine. Por supuesto, acepté.
Después de la película, jugamos hockey de mesa y
luego caminamos por los grandes y hermosos jardines de la plaza comercial. Platicamos
mucho y de diferentes temas
Me fue a dejar a mi casa. Cuando llegamos, para
despedirse, Alejandro tomó mi mano y la besó
suavemente mientras me deseaba buenas
noches.
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